lunes, 30 de mayo de 2016

Batalla de Pavía (1525)

Batalla de Pavía

La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

Antecedentes.

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de Carlos I de España. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte del borgoñón (1519), puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio: el ducado de Milán, más conocido como Milanesado. A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.


Inicio de los enfrentamientos

La primera batalla tuvo lugar en Bicoca (cerca de Monza). La victoria aplastante de los tercios españoles hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

En la segunda batalla, la de Sesia, un ejército francés de 40.000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. El marqués de Pescara, Fernando de Ávalos y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que los imperiales se retiraran. El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. Mil españoles, cinco mil lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos porAntonio de Leyva, se atrincheraron en la vecina Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30.000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas.


El sitio de Pavía
Antonio de Leyva, veterano de la Guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6.300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada: más de quince mil lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.

La Batalla de Pavía, por un desconocido pintor flamenco del siglo XVI.


Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar.

A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones,5 los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Leyva.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.


*La victoria imperial


Batalla de Pavía, por Juan de Orea.

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa (mandada por el duque de Alenzón) y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado deliberadamente busco una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8.000 hombres.

El rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, junto al combatiente greco-italiano Pedro de Candia se unieron con su compañero de armas. No sabían a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile, su amigo Francisco de Aguirre, y el joven Juan Martin de Candia, quien sería unos de los eventuales fundadores de Santiago de Chile.


Consecuencias
En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk y Francisco de Lorena.


Carlos V visitando a Francisco I después de la batalla de Pavía, por Richard Parkes Bonington (acuarela sobre papel de 1827).
Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos V fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra La monarquía hispánica y el Sacro Imperio romano germánico, lo que produjo que Carlos V atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias, que fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos V se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.

viernes, 27 de mayo de 2016

Batalla de Nördlingen (1634)

Batalla de Nördlingen (1634)

La primera batalla de Nördlingen fue una batalla decisiva de la guerra de los Treinta Años. Del 26 al 27 de agosto (del calendario juliano) o el 5 al 6 de septiembre (del calendario gregoriano) de 1634 se produce la victoria de las tropas imperiales de Matthias Gallas y del archiduque Fernando de Habsburgo (futuro emperador Fernando III de Habsburgo) y españolas del cardenal-infante Fernando de Austria sobre las suecas de Gustaf Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, lo que supuso el final del dominio de Suecia en el sur de Alemania y la entrada de la Francia del Cardenal Richelieu en la guerra. El bando protestante, ya minado por fuertes disensiones entre Horn y Sajonia-Weimar, esperaba ganar la batalla a las tropas imperiales, a las que había infravalorado, sin contar, además, con que se había producido la unión con el ejército del hermano del rey de España, el cardenal-infante don Fernando de Austria, arzobispo de Toledo. Las tropas españolas del fallecido duque de Feria y ahora a cargo del marqués de Leganés, venidas desde la plaza fuerte milanesa por el paso del Stelvio, trataban de atravesar Alemania camino de los Países Bajos Españoles, donde el cardenal-infante iba a suceder a la difunta gobernadora Isabel Clara Eugenia.

Como de costumbre en la Guerra de los Treinta Años, ambos bandos presentan una composición multinacional: destacan en el bando católico los Tercios españoles de Flandes, Sicilia y Sagunto, y las tropas italianas al servicio de España de Gerardo de Gambacorta, y los imperiales de Piccolomini. Por los protestantes son los regimientos suecos «Negros» y «Amarillos» los que sostuvieron el peso de la batalla. En conjunto se enfrentaron unos veintiún mil hispano-imperiales contra alrededor de dieciocho mil germano-suecos.

Aunque la iniciativa la tomaron los protestantes suecos, fue la feroz defensa que los tercios españoles realizaron en la colina de Allbuch, rechazando quince cargas de los regimientos suecos, la que decidió la batalla, con el apoyo de las tropas de caballería italiana de Gambacorta.

Los imperiales por su parte, una vez deshechos los regimientos suecos, adelantaron sus líneas contra los sajones, que, perdida la jornada, huyeron, abandonando en total desorden el campo de batalla.

El propio general sueco, Gustaf Horn, fue capturado y los restos del ejército sueco se replegaron en dirección a Heilbronn.

Quedaba probado que la formación militar española por excelencia, el tercio, todavía era, y aún por varios años más, imbatible en batalla.

Desarrollo del combate.

Fallido asalto sueco a las fortificaciones de la izquierda imperial.
Escasos avances protestantes en los dos flancos.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Asedio de Castelnuovo. (1539)

Sitio de Castelnuovo

El asedio de Castelnuovo (actual Herceg Novi, Montenegro) de julio de 1539 por parte de Jeireddín Barbarroja culminó con la reconquista otomana de la plaza, tomada por el Tercio viejo de Nápoles el año anterior durante la campaña de la Santa Liga contra el Imperio otomano y abandonada después a su suerte por quienes debían socorrerla. Casi la totalidad de los defensores, que se negaron a rendirse a pesar de estar en franca minoría, perecieron en el asedio.

Contexto

Tras el fallido asedio turco de Viena en 1529 y la invasión de Austria por parte de los otomanos en 1532, los protestantes decidieron aparcar por un momento sus diferencias con  Carlos I, Rey de las Españas y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y hacer la guerra contra el enemigo común en Centroeuropa, al que se consiguió expulsar hacia sus bases en Hungría. Tras el fallido asedio turco de Viena en 1529 y la invasión de Austria por parte de los otomanos en 1532, los protestantes decidieron aparcar por un momento sus diferencias con Carlos I, y hacer la guerra contra el enemigo común en Centroeuropa, al que se consiguió expulsar hacia sus bases en Hungría.

La amenaza turca quedó así conjurada en tierra, pero en el Mediterráneo la gran flota turco-argelina de Jeireddín Barbarroja seguía representando un gran peligro para las naves y puertos cristianos. En 1535 la flota hispano-genovesa de Álvaro de Bazán y Andrea Doria consiguió reconquistar Túnez al propio Barbarroja, poniendo en entredicho el poder otomano. Tres años después el Emperador, la República de Venecia, el papa Pablo III y el archiduque Fernando de Austria formaron la Santa Liga con el fin de atacar a los otomanos en ese momento clave. Andrea Doria fue nombrado responsable de la flota aliada y Ferrante Gonzaga, virrey de Sicilia, de las operaciones terrestres en los Balcanes. Sin embargo, los sueños de destruir a los otomanos comenzaron a alejarse muy pronto al reunirse sólo 130 naves (aproximadamente las mismas que los turcos tenían entonces en el Mediterráneo) y no las 200 acordadas. Paralelamente, se extendió la discordia entre los jefes de la Santa Liga; los italianos, que aportaban más naves (aunque muchos menos hombres) recelaban de los españoles que componían la mayor parte de la tropa y ocupaban los mandos superiores, Francia amenazaba de nuevo con reanudar la guerra con el Imperio y las propias Cortes de Castilla se negaron a apoyar una empresa que se veía lejana y poco lucrativa.

Estas discordias tuvieron tal efecto que cuando Barbarroja fue cercado en el Golfo de Arta por los cristianos, este pudo escapar de una destrucción que parecía garantizada sin sufrir daño alguno, perdiéndose una oportunidad única. Aun así los tercios españoles, apoyados por refuerzos venecianos, decidieron pasar a la acción entablando batalla en tierra y capturaron con éxito la estratégica fortaleza de Castelnuovo. Fernando de Austria incluso se permitió entonces negarse a seguir pagando tributo al sultán de Constantinopla, como se había visto obligado a hacer tras el asedio de Viena.

Los venecianos reclamaron de inmediato la cesión de la fortaleza, situada entre sus enclaves de Ragusa y Cattaro e imprescindible para garantizar su dominio sobre el Adriático, Carlos I se negó a ceder la posición. A resultas de ello los venecianos rompieron su alianza con este, precipitando la disolución de la liga y retirando sus naves, a las que siguieron las del Papa. Castelnuovo quedó entonces defendida por apenas 3.000 hombres del Tercio de Nápoles bajo el mando de Francisco de Sarmiento y con la única ayuda de las 49 naves de Doria para abastecerla y defenderla de las 200 que podían reunir los musulmanes. Esta brutal diferencia, unida a las nuevas presiones francesas, llevaron a Doria a no arriesgarse y a retirar todos sus barcos de la zona. Los defensores quedaron entonces aislados de forma completa, ante la pasividad de los venecianos y sus propios superiores en Italia.

*El asedio

En julio de 1539 Barbarroja dispuso los preparativos para asediar la fortaleza tanto en tierra como en el mar. La flota turco-berberisca que bloqueó el acceso desde el mar estaba al mando del propio Barbarroja y se componía de 130 galeras y 70 galeotas auxiliares tripuladas por 20.000 marinos veteranos. Mientras tanto, un ejército de 30.000 hombres dirigidos por el Ulema de Bosnia se desplegó en tierra. A pesar de su gran superioridad, y de que los defensores no disponían de alimentos frescos, los primeros asaltos fueron un fracaso para los musulmanes. Los turcos decidieron entonces ofrecer una rendición honrosa a los sitiados, pero Sarmiento se negó a aceptarla y les contestó que «viniesen cuando quisiesen».

Barbarroja decidió entonces recurrir a la artillería, que había ordenado desplegar en lugares estratégicos durante las negociaciones. Durante varios días los gigantescos cañones turcos bombardearon la plaza, pero ni siquiera cuando las estructuras defensivas se desmoronaron y los defensores quedaron reducidos a sólo 600 hombres se rindieron. Al contrario, cuando los turcos asaltaron las ruinas los supervivientes se batieron espada en mano con ellos y les obligaron de nuevo a retirarse, cayendo un gran número de hombres en ambos bandos. Sarmiento y todos sus capitanes perecieron en los últimos combates, tras lo cual los 200 españoles, en su mayoría heridos, que aún quedaban en pie se rindieron. Algunos fueron ejecutados allí mismo, poco después de la batalla, y el resto fueron enviados como esclavos a Constantinopla.

Consecuencias

La valentía demostrada por el tercio de Sarmiento causó amplia admiración en toda Europa y fue protagonista de canciones y poemas en su época, aunque con el paso de los años fuese cayendo en el olvido. Por su parte, la destrucción de Castelnuovo y en general la fallida operación de la Santa Alianza de 1538 contribuyó a reforzar el poder naval otomano en un momento en el que se le podía haber puesto freno para siempre. En los años siguientes los turcos cosecharon amplias victorias como las de Argel (1541), Trípoli (1551), Bugía (1555), Chipre (1570) y La Goleta (1573), e incluso se aliaron con los franceses para atacar Niza en 1543. Los austriacos fueron obligados a pagar tributo de nuevo, y las naves turcas fueron una amenaza constante para los navíos españoles en el Mediterráneo hasta la batalla de Lepanto de 1571.

Galería 

Representación de Jeireddín Barbarroja, siglo XVI.



El Emperador Carlos V con el bastón, porRubens. Copia de un retrato de Tiziano.

Grabado de Agostino Veneziano de Solimán el Magnífico.

martes, 24 de mayo de 2016

Cruz de Borgoña.

Cruz de Borgoña

La Cruz de Borgoña o Aspa de Borgoña es una representación de la Cruz de San Andrés en la que los troncos que forman la cruz aparecen con sus nudos en los lugares donde se cortaron las ramas.

Historia

Por ser San Andrés el patrón de Borgoña, la Cruz de Borgoña era el emblema utilizado por las tropas de Juan Sin Miedo en la guerra de los Cien Años.

Tras casarse María de Borgoña con Maximiliano I de Habsburgo, su primogénito, Felipe I de Castilla, ostentaba la Cruz o Aspa de Borgoña en los uniformes y banderas de su séquito, por lo que pasó a ser el emblema por antonomasia de la nueva nación, España, que heredó su hijo, Carlos I de España, fruto del matrimonio de Felipe con Juana I de Castilla.

*España

Este emblema ha sido incluido en los escudos de armas y en las banderas de España, tanto de tierra como de mar, desde 1506, época de su introducción con la Guardia Borgoñona de Felipe el Hermoso, hasta Juan Carlos I. La Cruz de Borgoña desapareció del Escudo de Armas del Rey de España en el reinado de Felipe VI y de su estandarte,1 así como en los estandartes, banderas, banderines, guiones, pendones y confalones de las Fuerzas Armadas de España.

En tierra, esta bandera, blanca con la cruz de Borgoña en rojo, ondeó quizá por primera vez como insignia española en la batalla de Pavía en 1525 (aunque las aspas rojas eran lisas, sin nudos), y es la más característica de las utilizadas por los tercios españoles y regimientos de infantería de la Monarquía hispánica durante los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX.

Desde Carlos I, cada compañía tiene su propia bandera, en la que la cruz figuraba sobre fondos de muy diversa forma y colorido (en los que a veces se incluían jeroglíficos o motivos heráldicos del oficial al mando). Al acceder al trono Felipe II, ordenó que, además de las banderas de cada compañía, cada tercio llevase otra en cabeza de color amarillo con las aspas de Borgoña en rojo[cita requerida]. A pesar de esta variedad, el color blanco fue el más utilizado como paño de fondo, sobre todo en las banderas coronelas. 

Aunque algunas unidades carlistas sí llegaron a utilizar el aspa en la Primera Guerra Carlista de 1833 -cuando era sólo un distintivo de las enseñas de infantería, artillería e ingenieros, sin connotaciones ideológicas aún-, y en la Tercera Guerra Carlista de 1872 probablemente el sotuer borgoñón sólo lo usaron las fuerzas gubernamentales, normalmente en la franja amarilla de las rojigualdas, aunque algunas unidades mantuvieron sus banderas del modelo anterior a la unificación de 1843 (la artillería y el regimiento "Inmemorial del Rey", que en época de la I República, 1873-1874, se quedó en "Inmemorial" a secas). El aspa borgoñona como emblema político propio carlista es tardía: fue el 24 de abril de 1935,4 en época de Manuel Fal Conde, coincidiendo con la reorganización del Requeté, por aquel entonces un grupo paramilitar clandestino, siendo utilizado posteriormente por regimientos tradicionalistas y requetés carlistas durante la Guerra Civil Española dentro del bando nacional.

GALERIA


lunes, 23 de mayo de 2016

Batalla de Ceriñola (1503)

La batalla de Ceriñola (28 de abril de 1503) fue un enfrentamiento bélico ocurrido entre las tropas francesas y españolas, con victoria de estas últimas, durante la segunda guerra de Nápoles. Ceriñola marca el inicio de la hegemonía que España impuso en los campos de batalla europeos hasta la derrota de Rocroi en 1643.

Antecedentes.

Tras la inesperada ruptura por parte de los franceses del Tratado de Granada, por el que el Reino de Nápoles quedaba repartido entre España y Francia, el duque de Nemours forzó a las huestes del Gran Capitán a batirse en retirada y refugiarse en la ciudad de Barletta, en 1502. La espera de refuerzos, las tropas españolas se dedicaron a practicar salidas nocturnas y emboscadas contra los franceses. Finalmente, tras la victoria de la escuadra española del almirante Juan Lezcano sobre la francesa del almirante Prijan en la batalla de Otranto, el Gran Capitán pudo reforzarse con lansquenetes alemanes, con los cuales se lanzó a la ofensiva en la primavera de 1503. El ejército español logró alcanzar la pequeña villa de Ceriñola con tiempo suficiente para preparar cuidadosamente la defensa ante el inminente ataque francés. Cuando finalmente las tropas del duque de Nemours se aproximaron a Ceriñola, el Gran Capitán ya había preparado la defensa y definido una estrategia.

El 28 de abril de 1503 tuvo lugar la batalla. Como se ha dicho anteriormente, mandaba a los franceses, fundamentalmente caballería pesada y piqueros suizos, Luis de Armagnacconde de Guisaduque de Nemours y virrey de Nápoles (desde 1501), y a los españoles Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán.

Ejercito Español.

Las fuerzas españolas estaban formadas mayoritariamente por infantería, compuesta por arcabucerosballesteroscoseletes, y piqueros. En cuanto a la caballería, ésta era llamativamente escasa en comparación con otros ejércitos, y estaba formada por caballería ligera y caballería pesada. La artillería disponible constaba de unas 13 piezas dispuestas en una pequeña colina que se elevaba tras el foso y el talud (formado a su vez por la tierra extraída al cavar el foso) que protegían Ceriñola.

Ejercito Francés.

Las fuerzas francesas seguían manteniendo un concepto de batalla casi feudal, con preponderancia de las cargas de caballería pesada, y con un alto número de mercenarios (en este caso suizos), pero, al mismo tiempo, contaban con más artillería que los españoles. Esta paradoja sería constante en la primera mitad del siglo XVI en todos los ejércitos franceses.
* LA BATALLA. 


Una de las características más sorprendentes de la batalla, fue la extrema rapidez con la que se desarrolló. Desde la primera carga francesa hasta la rendición, apenas transcurrió una hora.

El Gran Capitán, conocedor del entusiasmo de los franceses por las cargas de caballería, ideó una estratagema que consistía en provocar una carga y atraer la caballería francesa hasta el alcance de la artillería y los arcabuceros españoles, para infligir desde el primer momento el mayor daño posible al enemigo con el mínimo coste. De este modo, cuando la tarde empezaba a caer, la caballería española salió a campo abierto y simuló una carga contra los franceses.

Tras una breve escaramuza, los españoles fingieron la retirada, perseguidos por la caballería pesada francesa, que antes de llegar al foso y el talud, se encontró inesperadamente con las trincheras de vanguardia en las que se agazapaba parte de los arcabuceros, que inmediatamente abrieron fuego, al igual que hizo la artillería. Esto provocó un retroceso momentáneo de la caballería francesa, que se lanzó entonces en paralelo al talud y hacia la izquierda, tratando de buscar una vía de entrada a los parapetos del flanco derecho español. Durante este recorrido, la caballería francesa fue destrozada por el fuego de los arcabuceros españoles, muriendo en ese momento el duque de Nemours que fue alcanzado por 3 disparos.

Todo el ejército francés se lanzó entonces a la batalla, emplazando su artillería en vanguardia de la infantería, y disponiéndose los 3 grandes bloques restantes en posición diagonal con respecto al foso y al talud que protegían a las tropas españolas.

En plena batalla, la artillería española quedó inutilizada al explotar accidentalmente toda la pólvora. El Gran Capitán, testigo del desastre de su artillería arengó inmediatamente a sus tropas diciendo ¡Ánimo! ¡Estas son las luminarias de la victoria!¡En campo fortificado no necesitamos cañones!
La infantería francesa entabló combate entonces con las tropas españolas, pero fueron diezmados por el fuego incesante de los arcabuceros. El jefe de los piqueros suizos, Chadieu, cayó también muerto. Cuando la proximidad de la infantería francesa fue demasiado peligrosa para los arcabuceros, el general español les ordenó retirarse a la vez que ordenaba avanzar a los piqueros alemanes, que se enfrentaron en combate cerrado a los suizos y gascones, rechazándolos finalmente.

Por último, y ante el desastre francés, el Gran Capitán ordenó a todas sus tropas abandonar las posiciones defensivas y lanzarse al ataque. La infantería francesa fue rodeada entonces por los ballesteros, arcabuceros, coseletes y por la caballería pesada española, sufriendo un gran número de bajas. La caballería ligera española se lanzó a su vez contra la caballería ligera francesa, al mando de Yves d'Allegre, que se vio obligado a huir. Ante esta circunstancia, la caballería ligera española también cargó contra la infantería francesa. Las tropas francesas ante el tremendo castigo que estaban sufriendo acabaron por rendirse.

Durante la batalla, los arcabuceros españoles efectuaron un total de unos 4.000 disparos.

CONSECUENCIAS

La derrota francesa en Ceriñola, junto con la batalla de Seminara ocurrida la semana anterior, en la que las tropas españolas de Fernando de Andrade y Hugo de Cardona vencieron al ejército francés de d'Aubigny en Calabria, supuso un giro a la situación de la guerra en Nápoles: a partir de este momento serían las fuerzas españolas quienes tomaran la iniciativa en el transcurso de la guerra, haciendo retroceder a los franceses hacia el norte. Desde el punto de vista militar supuso una revolución en las tácticas de batalla, y sembraría algunas de las bases de la guerra moderna. A pesar de que hasta entonces los ejércitos españoles, al igual que los de otras potencias europeas, estaban basados en el uso masivo de la caballería, herencia de las guerras de la Reconquista, esta nueva infantería estaba estructurada en unidades creadas por el Gran Capitán y llamadas coronelías, las cuales, una vez probada su gran eficacia en batalla, serían la semilla de los célebres tercios españoles durante las décadas siguientes.

Ceriñola marca el inicio de la era de la infantería, que se mantendría como la fuerza preponderante en cualquier ejército de Europa durante más de 4 siglos, hasta bien entrada la Primera Guerra Mundial.